Nuestra parte emocional como seres humanos es uno los
aspectos más importantes a trabajar. Es allí donde se generan los
desequilibrios ó bloqueos energéticos más serios que luego pueden precipitarse
en una enfermedad mental ó corporal.
Desde muy chica siempre
pensé y sostuve que la vida era una escuela de aprendizaje, y a medida que sigo
avanzando en este camino y lo compruebo,
tengo este pensamiento como un axioma de
vida. Al aparecer en este plano no
venimos con ningún manual de instrucciones, con lo cual cada uno de nosotros a
través de sus propias percepciones, dolores, alegrías, relaciones con otras
personas, debe ir captando qué es lo que venimos a aprender. Y una vez que lo
empezamos a aprender, ver como se lo transmitimos a los demás.
El emocional es un
gran desafío para cada uno de nosotros. Y un gran maestro si nos animamos a
enfrentarlo. Al igual que nuestro
cerebro está en estado puro al nacer en este plano, y el ambiente en el que nos
criamos junto con las decisiones que tomamos nosotros a lo largo del tiempo, van dándole forma.
Hay mucha tela para
cortar sobre este tema pero en este momento sólo quiero hacer referencia a un
pedazo del género, a las culpas, que están alojadas en este aspecto humano.
Las culpas son como
puñales que tenemos en el corazón y que no nos permiten avanzar con libertad,
ya que las culpas siempre retrotaen a algún lugar de nuestro pasado. ¿ Qué nos
genera culpa?, todo aquello que nos hayan enseñado en nuestra infancia que debe
generarla, y luego, todo aquello que nosotros hayamos tomado bajo el mandato de
ese parámetro.
Podemos sentirnos
culpables por ser distintos a nuestra familia, por querer cosas distintas a las
que deberíamos desear de acuerdo a nuestra educación, por no querer a alguien
que todos los demás dicen que debemos querer, por disfrutar de la vida cuando
otros deciden padecerla, culpa por avanzar en la vida mientras otros deciden
quedarse atrás.
Muchos años de culpa
“evolucionan” en castigos. Compañeros inseparables de las culpas. Y los dos se
transforman en una dupla fatal…..hasta que los descubrimos. Iluminarlos,
ponerlos en escena y desarmarlos es una
de las experiencias más enriquecedoras del trabajo espiritual dentro del campo
emocional.
Enfrentar las culpas y los castigos significa
sacarnos un gran peso de encima y
empezar a caminar más liviano. El cuerpo emocional se relaciona con el elemento
agua, y si baldes ó botellas de agua pesan, imagínense lo que pueden pesar años y años de culpas y castigos.
Al llegar a este
punto, y teniendo en cuenta que el trabajo espiritual tiene su propia
inteligencia, luego de analizar y verificar cuáles son las culpas-castigos que
hemos sostenido por determinado tiempo, y entendemos porqué fuimos tenaces en
sostenerlas, hace su aparición un concepto importante de trabajo: el perdón.
Es el primer acto de
amor para con nosotros mismos después de tantos hostigamientos, de sostener
tantos pesos que no son nuestros y que no deberían ser de nadie. Una vez que la
energía del perdón iluminó las turbulencias podemos entender el juego que las
culpas-castigos han hecho con nosotros. Juego que también hicieron las personas
que nos las inculcaron. Al entender este mecanismo perverso surge como primera
instancia perdonarnos a nosotros mismos por las conductas que tuvimos y que
ahora vemos que no fueron saludables. Nos liberamos y liberamos también a quienes en algún momento de la vida
decidieron ponernos en este laberinto. Podemos comprender que tal vez no
encontraron otra forma de actuar y que la única manera de sostener sus propias
culpas-castigos era enseñándoselas a otros. Comprender de ninguna manera
significar justificar, ni para nosotros ni para los demás. Y comprender nos
ayuda a ser compasivos, a sentir con el otro lo que el otro siente, a
involucrarnos sin hacernos cargo de lo que no es nuestro.
Si completamos bien
este proceso llegamos a la misericordia, gracia divina que habla del perdón en
estado superlativo. Nos eleva e ilumina la situación, suceso ó persona que
ponemos bajo su mirada. La misericordia nos ayuda a entender la parte y el
todo, a armar el rompecabezas y salir del juego perverso en el que nos metieron
y en el que decidimos estar por mucho tiempo.
Llegamos de esta
manera a la segunda tríada: perdón-compasión-misericordia.
Perdonamos nuestro
pasado y nos perdonamos en nuestro pasado siendo compasivos con quien nos
transmitió mandatos de pobreza, sufrimiento, carencias, desamor. Es esa misma
instancia la que nos permite adoptar conductas saludables y amorosas con
nosotros y con los otros. Comprendemos el pasado y nos comprometemos a una vida
plena en el presente. Nos inundamos de misericordia y emprendemos el camino de
nuestra redención.
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