Todos tenemos malos
días, malas semanas y a veces malos años. Es normal y está bien que así sea. Es
parte del juego que vinimos a jugar. Así como el cuerpo físico tiene un sistema
inmunológico, el alma también, y hay días en los que por diversas situaciones
ese campo energético está con las “defensas bajas” y es allí donde aparecen en nosotros los enojos,
la angustia, la tristeza, el dolor, ó las enfermedades. Es raro que aparezcan
porque sí, por lo general, al menos uno
intuye en una mínima porción cuál es el origen de esas sensaciones. Y más allá
de la forma en la que se hagan presentes, si está en nuestra voluntad salir de esos
embrollos, sabemos que ese punto marca la hora de contactarnos cara a cara con
nuestros miedos e inseguridades. Asumidos ó no.
Acto seguido, ¿ qué
hago?, ¿ Cómo me saco esto que me aplasta y abruma?. Bendecir las situaciones
es una buena herramienta. Nos permite entender desde algún lugar que nada que
Dios no crea que nos ayude nos pasará. Bendecir es como sellar una situación, sellar
con Luz. Decir, ok, listo, es esto. Lo reconozco y lo pongo en tus manos. Si
vos permitís que esto pase debe tener un significado para mí que yo aún no veo.
No me gusta lo que me está pasando. No me gusta sentirme así. No me gusta ver
las cosas así. No me gusta ver la gente que quiero así. Pero algo debe
significar. Lo bendigo y lo pongo en tus manos y yo me pongo en tus manos. Sea
la energía del universo en la que creas.
Creas en lo que creas y en quien creas como ser superior ó como energía superior.
Podríamos explicarlo
así, también, en relación a personas que
en algún punto pueden ser nocivas para nosotros: te bendigo, te pongo en perspectiva porque necesito
alejarme de vos para que el corazón no me duela. Necesito alejarme de vos para
que mi corazón no sea tan vulnerable, para que no siga estando a tu disposición
y comience a estar para mi disposición.
Luego de bendecir lo
que sigue es resignarse. Pero acá quiero desmenuzar ó aclarar un poco la
significación de esta palabra. Me rehuso terminantemente a resignarme a algo a
la manera tradicional. Para mí eso siempre significó bajar los brazos. Y la
verdad, por mi temperamento, no vine a
eso en esta vida. Con lo cual sospecho que esta palabra puede tener otra
connotación. Un significado más rico, que me aporte una idea distinta y una
forma de definición que tal vez hasta ahora no haya sido tenida en cuenta. O
haya sido usada anteriormente y por una
cuestión de moda ó manipulación haya adoptado el sentido que manejamos en nuestros días.
Resignarme no es
sentarme a mirar cómo se llevan lo que quiero, no es sentarme en el sillón de
mi casa a sentir como me duele el sentimiento que tengo ó sufrir la angustia
que me generan algunas situaciones. Cuando me resigno acepto lo que veo, siento
ó pienso pero desde una modalidad activa. Lo acepto viendo aquello con lo que
cuento y aquello de lo que carezco y me pongo a trabajar. Lo acepto
iluminándolo desde la bendición y desde la nueva actitud de ofrecer pelea. Me
resigno y sé que no voy a ser más esclavo de mis tormentas emocionales. O que
al menos durante mi vida voy a ir tratando de desarrollar más herramientas para
detectar rápidamente cuando estoy en una tormenta emocional y salir de ella.
Estas dos palabras que
mencionamos más arriba nos abren la puerta a nuestra sexta tríada de trabajo espiritual: bendición, resignación, liberación.
Resigno. Re-signo. Veo
de nuevo. Observo de nuevo. Cierro los ojos, bendigo y los abro. Hay algo
nuevo. Me detengo en la vorágine que siento y me resigno.
Esta palabra en el diccionario
tiene varias acepciones. Una de ellas hace referencia a renunciar a un
beneficio eclesiástico. Creo que en los últimos años esta palabra estuvo ligada
a esta significación de renuncia a algo. Otra acepción la relaciona con la
tolerancia ante las adversidades y la conformidad. Resignar no es abandonarse a lo que tengo ó siento. Eso es ponerse en
plan de víctima. Es renunciar a mi capacidad de cocreador. Es ser cómodo. Es
pasarle el timón de mis situaciones a otro, y como entonces yo siento que no
puedo hacer nada con eso que tengo en la cabeza ó en el corazón y el otro
tampoco puede hacer nada para cambiar eso, tengo que evadirme de lo que tengo
enfrente, entonces me escapo de mi realidad porque me resigno a la manera
tradicional. No puedo cambiar lo que tengo, acto seguido busco una puerta de
escape: drogas, depresión, autocastigos, enfermedades. Esa forma de resignación
me lleva a atarme a lo que siento a través del camino que elija para mostrarle
al otro que me está jodiendo ó que lo que hace me duele. Resignarnos así es ser
crueles con nosotros mismos.
Pero cuando decido
aplicar la bendición sobre algo, acto seguido me resigno ( a la manera que
estoy proponiendo aquí ). Y cuando decido resignarme a lo que veo…me libero. Me libero porque el mismo acto de bendecir
comenzó a cortar los hilos emocionales que
me unían a una circunstancia. Me libero porque al resignar empiezo a
observar cuáles son mis parámetros mentales actuantes y empiezo a aplicar en
mis tiempos los parámetros mentales positivos que contrarrestan a los
negativos. Me libero porque al bendecir puse mi dolor bajo el cuidado de
alguien que tiene una mirada holística, que puede ver el todo desde la parte y
la parte desde el todo. Me libero porque al resignarme después de bendecir sé
que nada malo puede pasar y,si dependiendo de la circunstancias y vida de cada
ser, algo no contemplado por mi pasara, tengo la seguridad de que no voy a
estar solo para vivirlo y también que no va a ser nada ante lo que yo no tenga fortaleza para sobrellevar, aunque lo primero
que me salga sea una puteada.
Esta triada es un buen
desafío de laburo en la adversidad y que podríamos sintetizar de la siguiente
manera: quiero y aprendo a bendecir el
mundo y decido resignar mi ser a la tarea que libremente fui llamada/o a realizar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario