Una de las cosas que
más me gusta de vivir en estos años y en estos tiempos, es la posibilidad de tener tanta información al alcance de la
mano.
Internet es una
herramienta maravillosa, permite en pocos minutos estar comunicado con el
mundo. Si te surge una duda sobre un tema particular googleás una palabra y te
aparecen una serie de datos que te pueden ayudar a saber de qué estás hablando
ó por donde dar el primer paso.
También debo reconocer
que acceder a tanta información es una espada de doble filo, y para evitar eso
es necesario contar con un criterio que organice la búsqueda. Algo que nos
permita discriminar lo que sirve de lo que no sirve sobre todo lo que
encontramos. Separar lo que es útil de lo que no le es. Separar lo luminoso de
lo oscuro.
La información no
implica conocimiento, aunque conocer si implique tener información, y así tener
dominio sobre un tema en particular. Conocer es más que estar informado, es
tener la habilidad para responder inquietudes sobre determinados aspectos de la
realidad y poder ayudar a otros a que se acerquen a ese conocimiento ó que
aprendan a manejarlo también.
Quien conoce, en la
mayoría de los casos informa adecuadamente con conciencia y responsabilidad. Quien
conoce, en ocasiones difunde ese conocimiento que posee con la intención de
comunicar y ayudar, y en ocasiones, sólo comunica respondiendo a un
impulso egoico. Necesita mostrar a los
demás todo lo que sabe, y utiliza ese saber como herramienta de poder, para
bien ó para mal.
El conocimiento y la
información más allá de estar relacionados con cosas concretas mayormente
también pueden ser encontrados en libros, páginas, investigaciones. Ayudan a
que la vida de las personas mejore en muchos sentidos, aportan comodidades y
soluciones a determinadas situaciones en
la vida. Pero el conocimiento tiene un límite.
La superación de este
límite se encuentra en otra instancia. Con ella en nuestras vidas estamos ante
la aparición de la tercera tríada: información-conocimiento-sabiduría.
La característica
fundamental de la sabiduría es la posibilidad de transformación que ofrece. Es
un tipo de conocimiento también, pero de una categoría cualitativamente alta y
sutil. Nos conecta con planos espirituales superiores. Y una vez que estamos en
contacto con ella ó que nos encontramos con personas que sabemos la portan como
un don, nuestro mismo cuerpo, cerebro y corazón empiezan a fluir de otra
manera. Y esto se siente inmediatamente.
Puede haber un libro
que transmita sabiduría, un templo que transmita sabiduría pero ninguno de ellos
es sabiduría en si. Es un don difícil de describir pero fácil de percibir para
quien está en un camino espiritual. Quien no está en un camino espiritual
también la percibe, aunque siempre la va juzgar en términos de rareza, de
inexplicabilidad, ó de sensación de rechazo inmediato.
La característica de
transformación que mencioné más arriba, le da un toque definitorio y
contundente a mi entender, sobre el
conocimiento y la información. Estos dos últimos pueden ser muy desarrollados
pero no siempre reportan utilidad a quien se contacta con ellos. Yo puedo
querer saber de qué están compuestos los planetas que conforman nuestro
universo, cuál es la composición química
del suelo donde estoy apoyando mis pies, ó cuáles son las causas de un infarto y qué le
producen al corazón, y esto puede ser útil para mí porque estoy buscando
satisfacer mi necesidad de conocimiento. Pero puede ser conocimiento inútil
para otra persona que no se interese por las mismas inquietudes que yo estoy
teniendo en este momento.
En cambio la sabiduría
siempre es útil, en todo momento y en todo lugar para cualquier ser que
voluntariamente se contacte con ella bajo cualquiera de sus formas. Y es tan
mágicamente poderosa que si bien las mismas palabras sabias pueden ser
entendidas de diferentes maneras, nunca le van a llegar al ser de una manera
negativa. Se religa con cada ser de acuerdo a lo que éste necesite, brindando
en forma inmediata comprensión ó sanación.
La sabiduría es un don
que se siente en el corazón cuando nos acercamos a personas que la portan. Una
palabra bien dicha, una mirada profunda, un enojo justificado y rápidamente
sanado nos conectan de inmediato con la percepción de la sabiduría que se puede
encontrar siempre que uno quiere y siempre que uno esté preparado. Es un regalo
residual, ya que se puede contactar con ella en determinado momento y de pronto
se puede precipitar en nuestras vidas diez años después del primer encuentro.
Está al alcance de la mano. No es necesario ir
a la mejor universidad, ni hacer un master de espiritualidad, ni tener las
mejores calificaciones ni un muy buen
pasar económico que te dé la posibilidad de viajar y acceder a lugares
sagrados. No hay un punto geográfico exacto que nos diga dónde está su puerta
de acceso ó a donde ir a beber de su
caliz. Podemos rozarnos con ella en India, en la pampa argentina, en el medio
del océano, en un viaje de avión, en una
charla con el linyera de la esquina ó en el comedor de casa.
La sabiduría
simplemente sucede. Respetuosamente sucede, ya que no adelanta los tiempos del
ser para generar el encuentro con ella.
Milagrosamente sucede, porque en el tiempo que corresponde irrumpe en la
cotidianeidad constituyendo “un antes y un después”. Pacíficamente sucede, ya
que si bien para estar en presencia de ella muchas veces debemos atravesar
nuestras batallas personales, en el instante luminoso en el que podemos empezar
a “ver” de otra manera, las cosas, las personas, las situaciones, la vida,
toman otra dimensión, dejando atrás el conflicto para entrar en el Orden
Perfecto.
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